jueves, 21 de febrero de 2008

NOVEDAD MUNDIAL EN ECONOMIA

La última novedad mundial en economía
J. Bradford DeLong(*) Bitácora

La Gran Depresión llevó a John Maynard Keynes a la vanguardia del pensamiento económico. Sobre todo, por su observación perspicaz de que el gasto en inversiones privadas es inestable por naturaleza, ya sea debido a las modas y caprichos de los inversores, a la mayor o menor vitalidad de los empresarios o al efecto disruptivo de las caídas de precios sobre el sistema financiero.Los keynesianos pensaban que una política monetaria prudente, en que los bancos centrales subieran y bajaran las tasas de interés para reducir las fluctuaciones de dicho gasto, podría allanar, en parte, el camino hacia la estabilización económica. Pero también creían que el gobierno debía estar dispuesto a intervenir en forma directa, mediante una política fiscal expansiva, para mantener el nivel general de gastos en una economía estable. A su juicio, tal política desterraría definitivamente el fantasma de una desocupación masiva en gran escala como la vivida durante la Gran Depresión. Además, podría garantizar de manera efectiva una ocupación casi plena.Previeron que una ocupación casi plena plantearía la amenaza de la inflación. Después de todo, si los gobiernos habían de incrementar los gastos cada vez que asomara una desocupación alta, ¿por qué los trabajadores y los gremios iban a moderar sus demandas salariales? Había desaparecido un gran freno a las exigencias de salarios altos: el miedo a ser despedidos, al aumentar el desempleo. ¿Qué vendría a reemplazarlo? Para la primera generación posterior a 1945, la respuesta predominante fue la democracia social corporativista. Los sindicatos se avendrían a los pedidos de los gobiernos de que moderaran sus demandas de mejores sueldos y éstos accederían a los pedidos de gasto público y seguro social de aquellos.El pensamiento keynesiano garantizaba que jamás se volvería a vivir algo parecido a la Gran Depresión. Pero su solución al problema de la inflación paulatina era provisional y, en los años 70, colapsó. La inflación estalló en los principales países industriales y, en consecuencia, el pensamiento económico predominante en el núcleo industrial del mundo viró hacia un "semimonetarismo".La victoria de Milton Friedman nunca fue tan completa como la de los keynesianos. No obstante, a mediados de los años 80, en el mundo entero, los que trazaban las políticas aceptaban estas proposiciones: Los bancos centrales deben hacer creíbles sus compromisos de una estabilidad de precios a largo plazo. Los bancos centrales deben aceptar el hecho de que el nivel medio de desocupación no depende de factores cíclicos, sino de factores "estructurales" cuyo abordaje tentativo no les incumbe. Anunciar un objetivo de crecimiento de la oferta monetaria, e intentar mantenerlo, es un recurso fácil para que un banco central comunique sus principales designios, gane credibilidad y proporcione a los outsiders un medio de verificar si, en verdad, se siguen políticas sanas.El monetarismo fue lo contrario del keynesianismo. Pareció garantizar que nunca habría otra inflación como la de los años 70, pero no ofreció solución alguna al problema de la desocupación estructural surgido en Europa Occidental. Los últimos quince años han demostrado que, así como la receta keynesiana estaba mal equipada para enfrentar el desafío de la inflación, el monetarismo lo está para enfrentar los desafíos de las caídas de precios en el contexto de empresas y bancos muy poderosos.Allá por los años 70 y comienzos de los 80, muchos achacamos a decisiones equivocadas el derrumbe de la capacidad de los sistemas socialdemócratas de controlar la inflación. Los políticos no comprendieron que expandir el seguro social era el precio inevitable del refrenamiento salarial. Los líderes sindicales no comprendieron que, si la socialdemocracia corporativista no frenaba la inflación, el poder político pasaría a la derecha y ésta lo haría por medio de una desocupación alta. Hoy día, muchos culpan a otras decisiones equivocadas por la alarmante situación económica en el núcleo industrial del mundo: más de una década de estancamiento en Japón, deflación allí y en Alemania, recesión en esta última. Las autoridades de los bancos centrales de Japón y Europa no bajaron las tasas de interés en la medida y con la prontitud suficientes. Los reguladores del sector bancario no se atrevieron a dar el salto hacia los préstamos especulativos. Los políticos no quisieron expandir adecuadamente la política fiscal.Pero no podemos suponer que los políticos y los directores de bancos centrales siempre tomarán decisiones acertadas. Las buenas políticas deben concebirse de modo tal que funcionen aun bajo gobernantes miopes y malaconsejados. La inflación de la década del 70 fue una falla natural de la economía política keynesiana. La deflación que amenaza a Japón, Europa y quizás Estados Unidos con la perspectiva de un largo período de grandes brechas entre la producción potencial y la real es una falla natural de la ortodoxia semimonetarista que gobernó la política macroeconómica en el núcleo industrial mundial desde principios de los años 80.Damos vueltas y vueltas, aunque no exactamente en redondo. Ningún gobierno permitiría que se repitiese el colapso de la liquidez de los años 30, ni la quiebra de bancos y empresas en una escala que hiciera peligrar todo el sistema financiero.Recorremos una espiral ascendente. Los problemas macroeconómicos del mundo son reales, pero no nos llevarán a otra Gran Depresión, en gran parte porque quienes dictan las políticas recuerdan que alguna vez hubo una Gran Depresión. Necesitamos otra revolución en el trazado de políticas. Una revolución como la keynesiana y la semimonetarista. Una revolución que no pierda de vista totalmente los logros de sus predecesoras, pero elimine sus fallas naturales.¿De dónde podría venir esa revolución económica? Tal vez la próxima nacerá de las viejas inquietudes de Ben Bernanke, miembro de la Junta de Gobernadores de la Reserva Federal de Estados Unidos: los precios de activos, el papel que desempeña la selección adversa en los mercados crediticios y la necesidad de que los bancos centrales en apuros hagan algo más que efectuar operaciones a corto plazo en el mercado abierto. Bernanke cree que los bancos deberían ensayar cosas tales como poner un piso por debajo de los precios de los principales bonos a largo plazo. ¿Alguien desea que venga el "bernankeísmo"? (*) Ex secretario adjunto del Tesoro de Estados Unidos, es profesor de economía de la Universidad de California, en Berkeley.

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